Soledad, dulce compañía

Buscando a aquel niño que fui, encontré un mundo olvidado que había dejado atrás. Apareció ante mi un tiempo perdido que se había quedado parado esperándome. Pobre, no sé cómo pasó. Ahora sé que no debí hacerlo.

No debería sorprenderme encontrar en él todo tipo de recuerdos, de sueños, de pensamientos, emociones y deseos. Pero allí estaban, como cuando los dejé, como cuando me olvidé de ellos.

Estaban mezclados unos con otros, sin orden ni concierto, buenos y malos. Aunque, en realidad, ¿cuál era cuál? … ya ni me acuerdo. Se agolpaban unos contra otros en una de esas cajas en las que guardamos nuestros pequeños secretos. Un anillo, una llave, una libreta llena de promesas eternas y versos apasionados, alguna foto, un llavero, un mechón de cabello… Todos ellos, celosamente guardados, primorosamente frescos, como si no hubiera pasado el tiempo.

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Los contemplé uno a uno. La llave, de aquel candado, que cerraba una caja o un cajón o, qué se yo… ni me acuerdo. Solo recuerdo que lo que había dentro era un gran secreto. Algo que, aun sin recordar qué fue, me hizo sonreír mucho tiempo y que, ahora, al recordarlo, le ha dado magia a este momento.

El anillo, bisutería. Sin más valor que aquel gran amor que honramos con orgullo al llevarlo, con esa enorme pasión del primer momento, del primer beso quizás, de algo bello y ya muy lejano pero que aun vive y palpita con fuerza dentro. Te recuerdo.

La foto de aquella chica, de cabellos dorados y sonrisa color de cielo. El llavero, ese primer regalo que ella compró con algunos céntimos. Su mechón de pelo, como el oro, aun evoca la frescura de aquellos momentos.

Y esa pequeña libreta de notas que atesoró, durante todo este tiempo, palabras, versos y rimas rebuscadas. Que usaban “jamás”, “nunca” y “por toda la eternidad”, para recoger ese momento efímero e indestructible del primer beso. Letras que pretendían un imposible porque, ¿cómo puedes poner en palabras todo el amor de ese primer momento? ¿Cómo enmarcar ese primer amor que rabiaba por parar el tiempo y que se agarraba al reloj para que no acabará jamás aquel torbellino de emociones y sentimientos?

¿Ves? Ya me ha secuestrado el recuerdo de todo aquello. Ya he sonreído y llorado como en otros tiempos. Qué hermoso es encontrarse después de haberse perdido, después de no enterarse de lo rápido que nos perdemos, de lo fugaz del tiempo.

Pero, sabes, aun te recuerdo. Aun se me acelera el corazón cuando te pienso.

Hoy, sea como sea, me doy cuenta de que debo agradecer llevar bajo mi piel, uno a uno, momentos, amores, anhelos, recuerdos, sueños y unos cuantos nombres que, cuando los evoco, me traen a la memoria amores que me dejan sin aliento.

Agradezco pues todo lo vivido, todo lo que la vida me ha dado e, incluso, lo que me ha quitado, aunque nunca fuera mío, porque todo ello no es mas que mi vida y está llena de sueños, unos cumplidos y otros por cumplir aún.

Hoy, dando gracias por esta dulce compañía que es la soledad, quería contaros cómo descubrí una pequeña caja, llena de vida, que había perdido en algún lugar del tiempo.

 

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2 respuestas a Soledad, dulce compañía

  1. Tu web en Barcelona dijo:

    Ciertamente la soledad es una compañia que tarde o temprano todos necesitamos para reencontrarnos a nosotros mismos. Una historia tan sencilla como bella, que me ha tocado el alma. Felicidades.

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