Abrí las manos. Tenía que ver qué había estado sujetando tanto tiempo. Solo quedaba un rastro de luna, y un cielo deshecho en silencio.
Lo que quedaba de aquella caricia lo robó el tiempo.
Ahora, con las manos vacías, el corazón en calma, la vida llena de latidos nuevos, de esa paz que recoge el viento, horas enteras de amor en vuelo.
Manos abiertas, libres de lastre, presagian el viento y el lugar donde habrán de posarse.
Ya no tiemblan vacías, ahora respiran espacio, y en ese hueco infinito y tranquilo cabe entera la esperanza de un nuevo día.
Abrí las manos, y entendí que en su vacío cabía todo: mi presente en calma, la esperanza de haber aprendido, y la certeza de que nunca más se cerrarán para retener, sino sólo para abrazar la vida.
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