Nunca debimos agitar aquel pañuelo
ni dejarlo ondear en nuestro firmamento.
Estaba cubierto de estrellas,
bailando en azules, blancos y negros.
Jugamos con fuego, al agitarlo al viento.
Quizás nunca debí acercarme tanto
ni acariciar aquel sueño
que se movía por fuera lento
y ardía salvaje por dentro,
incendiándolo todo a su paso.
Quemé piel, penas y deseos.
Me quedé a vivir en aquel cielo.
Desapareció el tiempo.
Y desaparecí yo, lentamente,
del todo, jugando con fuego.
Pasó lento el tiempo
y ardí en aquella hoguera.
Debía quemarme,
debía curarme,
para revivir de nuevo.
Y un día me descubrí solo,
ardiendo,
no siendo ya el mismo,
iluminándolo todo,
sin quemarme por dentro.
Me abracé a la lluvia,
al mar, a la luna,
al sol de aquel largo invierno…
y viví aquel momento.
Al final, me prometí a mi mismo
que, si pudiera,
volvería, sin dudarlo,
consciente, despierto,
a arder en aquel fuego.
Bellísimo!
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Muchísimas gracias. 😊 Abrazos
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