Hace ya un tiempo, escribí tanto que me hice daño en los dedos, escribí versos, prosas y cuentos. Todos, todos ellos, me explicaban lo que necesitaba escuchar, me acompañaban en los ecos de mi soledad. Todos ellos me curaron el corazón, me enseñaron, consiguieron que perdonara y perdonarme, me alejaron de un camino que no me llevaba a ninguna parte, aunque, en un momento concreto de mi vida, yo hubiera apostado mis dos manos a que era el camino del paraíso.
Y seguí y llegué hasta aquí y hoy quería compartir, algo de lo que entonces escribí. De cómo los hilos rojos son reales y mantienen a las personas unidas para siempre en lo mejor, en lo mas brillante y en mas cercano a la luz, en la esencia de cada uno.
«Cuéntame amor,
cómo puedes estar en mi,
sin Ser «nosotros»
ni en ti ni en mi.
Cómo puedo sentirte
sin que tú estés aquí.
Cómo puede ser
que al amanecer,
note aún tu latido
y que tu cálida piel,
le sirva de cobijo
al último de mis suspiros,
aquel que compartí contigo,
anteayer.
Dime amor,
por qué aún apareces en mi,
por qué lates conmigo,
si entre tú y yo
ya solo queda
el abismo tras del perdón;
la gratitud
por lo vivido y lo aprendido
y, por encima de esto,
cubriéndolo todo,
la esperanza de un olvido
que acaso es lo mejor.
Dime amor,
por qué vienes a verme,
cuando el amor entre tu y yo
ya no tiene sentido,
ya es sólo un corazón,
cuando antes eran dos.
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