De repente, noto que se mueve por ahí adentro, sin cascabel, pero haciendo ruido, como un tren que arrasa con lo que encuentra a su paso, como un día crudo de invierno, que mata el débil calor del sol.
Se acerca y se pasea ante mi, arrogante, contorneando aquellos momentos, mirándome a los ojos, diciéndome que aun está aquí, a destiempo, que no se ha ido, que yo no puedo estar sin ella, sin su recuerdo.
La miro a los ojos con la seguridad que me da la paz que siento. Respiro profundamente, buscando la calma sin importar el tiempo y le susurro: «Sé que sigues ahí, que te resulta cómodo. Acepto que formes parte de mi aunque ya no te necesito.»
Ahí se acabó el cuento.
Debe estar conectado para enviar un comentario.