“¡Mira papi!” era una frase repetida constantemente. Ella quería enseñarme lo que hacía y reclamaba mi atención constantemente.
Mientras observaba lo que ocurría a su alrededor sin perder detalle, se pasaba el día usando las manos haciendo cosas como enroscar y desenroscar hábilmente el tapón de una botella de plástico, con aquellos deditos tan pequeños. Practicaba constantemente. Dibujaba y daba color a todos esos detalles que ella veía. Montaba y desmontaba cosas, jugaba siempre, siempre habilidosamente con las manos y siempre decía “¡Mira papi!”.
Era tan pequeña.
Recuerdo cuando salió en mis brazos de la sala de partos al nacer. Nunca mis manos habían albergado tan hermoso y delicado contenido. Nunca mi corazón había estado tan cerca del cielo. Nunca había sentido tanto amor y tan del bueno.
Aquel día de otoño estábamos en esa playa nosotros solos, su madre, ella y yo. No había nadie más. Y parecía que el mundo hubiera desaparecido a nuestro alrededor.
Las dimensiones de la playa eran gigantescas para una niña de apenas 3 años y, en ese entorno seguro, se puso a caminar hacia el horizonte, alejándose de nosotros, en busca de su propio destino.
Con la cámara a punto, como casi siempre que salíamos con los niños, logré esta imagen que se situó, poco después, en una de esas fotografías que colocamos con un marco en el salón, cerca, para verlas, para que nos recuerde lo más bello de nuestras vidas.
Hace poco me llamaba y, mientras yo escuchaba por dentro ese “¡Mira papi!”, me mostraba unas fotos de los muebles que ella y su pareja están colocando en su piso. El mar acudió a mis ojos para recordarme lo rápido que pasa el tiempo, para que viviera de nuevo lo mas bello de mi vida y para limpiarlo todo a su paso, para limpiarme por dentro y disfrutar de mi regalo.
Ahora soy yo el que le digo, “¡Mira hija!” y le muestro, como un niño, lo que hago y la ilusión que me da hacerlo.
Los hijos nos hacen mejores, nos arreglan los desperfectos, dan sentido a lo que no lo tenía y a todo aquello que ni imaginábamos.
Llevo a mis hijos, estén conmigo o no, tatuados en el corazón con la más alegre y dulce de las tintas. Son mi mejor tesoro.

Clara. Cunit playa. 1997.
Precioso relato. Felicidades!
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Muchas gracias. Son esos relatos que uno escribe con facilidad porque solo ha de recordar, aunque recordar no sea una tarea sencilla muchas veces. Los años que han pasado y las cosas que le hemos añadido al recuerdo. Sea como sea, gracias!
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Estos recuerdos son los q nos emocionan d verdad y los q debemos atesorar en nuestro corazon…
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Sin duda Mamen. Eso es lo más hermoso que nos pasa en la vida. Además es en lo que nos apoyamos para seguir adelante
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Así es.. La vida, a pesar d las vicisitudes, es realmente maravillosa y sorprendente…
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