Estiras de mis sentimientos,
como hacen los niños de la falda de su madre,
sin trucos ni engaños ni amagos,
con esa sonrisa que veo en tus ojos,
brillante y frágil.
Me preguntas cómo estoy
y me haces hablar.
Y te lo cuento todo,
sin dejarme un detalle.
Siempre te confío mi alma.
Hoy me pides que te sostenga
mientras pasa la tormenta.
La tempestad
que se ceba en ti
y hace desaparecer
tu calma.
Y yo soy feliz,
Porque puedo acariciar tu corazón.
Luego,
te arranco una sonrisa,
una luz,
una pequeña melodía,
y sé que has recuperado
tu paz,
el aire que respiras.
Y ya estás dispuesta de nuevo
para darlo todo,
para regalar caricias al alma.
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