Salí esta mañana a caminar, por eso de mantenerme en forma con una sesion de “cardiovascular” y, al mismo tiempo, meditar al caminar.
Normalmente, me trazo la ruta para luego no tener que pensar demasiado. Fijo un objetivo, 3, 5, 10 kilómetros, para recorrerlos caminando, paseando, con los ojos abiertos, respirando, intentando dejar de pensar completamente. Dándole el rato libre a mi mente para que se distraiga con otras cosas y no me de la tabarra a la que me tiene acostumbrado.
Salgo con el móvil en el bolsillo, intentando no estar pendiente, no mirar nada que me distraiga de las maravillas que estoy seguro que encontraré.
Camino a buen paso. No me quiero quedar atrás. Como si alguien me persiguiera o como si estuviera compitiendo en alguna carrera especial de un solo competidor. No me propongo conseguir ningún record mundial, sino superar un reto personal: avanzar.
No puedo correr porque respiro mal a causa de mi tabique nasal desviado y en seguida jadeo, pero no me importa demasiado. Para mi es sólo cuestión de ritmo. Como si esto fuera música. A veces allegro, a veces allegro ma non troppo, según el momento. Cuento los compases “uno, dos, tres y cuatro”. Inspirar. “Uno, dos, tres y cuatro”, espirar. Con ritmo. Sé que al principio me cuesta pero, al poco rato, tanto mi cuerpo como mi mente se acompasan y cantan bailando, bailan cantando, mientras caminan. Todo se hace uno y ya solo percibo mis sentidos. El aire fresco, el calor de mi cuerpo al moverse, la luz del sol acariciando mi piel, el olor del mar y el arrullo de las olas que me cuentan historias, que me recitan aquel poema que escribí una vez y que ya se han aprendido de memoria:
Me gusta pintarte.
Dibujarte a poquitos,
para sentirte entera,
es mi manera,
cuando no estás aquí.
Cierro los ojos,
alzo las manos
y, con la punta de los dedos,
te siento, te recorro.
Primero tu rostro.
Acaricio tu pelo,
deshago mechones
que se revuelven
entre mis dedos.
Redondeo tus mejillas,
con la palma de la mano.
Siento tu mirada,
clavada en mi, sonriendo.
Como una ventana abierta,
el mas bello paisaje
se descubre ante mi.
Detengo mi caricia en tus labios,
esos que me sonríen
cuando se juntan nuestros mares.
Acaricio el contorno.
Beso tu boca.
Y recorro tus brazos,
tu talle y tu espalda.
Me abrazo a ti.
Te siento en mi,
camino contigo,
aunque no estés aquí.
Me gusta recordarte,
detalle a detalle.
dibujarte a poquitos.
Es mi manera de sentirte
cuando no estás junto a mi.
¿Lo recuerdas mi luna?
Y sigo adelante. Camino. Junto al mar, pendiente de ti. Respirando.
Cuando vuelvo, veo que en mi teléfono móvil han quedado algunos recuerdos. Siempre hago fotos de forma casi compulsiva y, de entre todas ellas, siempre consigo elegir algunas que se acercan a lo que he disfrutado. Un poco más abajo os dejo algunas de esas fotos.
Mañana, mientras vaya de camino al trabajo, mirando al mar a través de la ventana del tren, volveré a entornar los ojos, volveré a respirar pausadamente, acompasadamente, al ritmo de mi interior en paz. Daré gracias por todo lo que puedo sentir, por el regalo de vivir, porque salga el sol. Esperando que pronto, podré volver a pasear, junto al azul del mar, escuchando versos que me hablan de ti.
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