Cerré aquella puerta,
vieja y desvencijada.
Las bisagras rechinaban.
La cerré a sabiendas
de que malcerraba.
Aunque hacía frío,
notar cómo el aire
se colaba por las rendijas,
me consolaba.
Cada noche,
el ruido de la madera retorcida,
me acompañaba.
Era mi forma de recordar
que aún sentía,
que aún amaba.
Que aquella puerta,
en realidad, no se cerraba,
solo rota por el portazo quedaba.
Aquella puerta entre el amor
y una soledad no deseada,
que está siempre abierta
al corazón de quien ama.
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