Ayer me deprimí. Como muchos que sentirían la impotencia al ver con qué facilidad se talan vidas en nombre de “no-me-importa-que-dios”.
Mientras, yo sigo escuchando la voz alta y clara de ese dios, suplicando: “No matéis más, ¡por Dios!” Y especialmente y sin coma, “¡No matéis mas por Dios!”
La barbarie no tiene nombre ni cabida en el corazón de nadie, aunque intente instalarse, aunque intente con violencia meterse ahí. Lo verdaderamente triste es que solo lo consigue cuando se transforma en miedo.
Comprendo a quienes sienten miedo porque lo sentí ayer hasta que supe que todas las personas que quiero estaban bien. Bien, todas no. Me faltó una pero, sé que está bien ahora.
Luego, me produjo una mayor tristeza aun, comprobar cómo ese miedo se había instalado en muchos corazones heridos y se transformaba en rechazo a lo desconocido, en prejuicio, en odio racial generalizado. Cuando se iban lanzando a las redes sociales, a los medios de comunicación afines, paladas de ese odio, que permanecía latente, hacia las comunidades islámicas y, por extensión, a cualquier comunidad que no fuera la del que hacia las proclamas. Cuando personas que normalmente no me dirigen la palabra se creen con derecho a enviarme privadamente proclamas racistas exigiendo no sé qué demostraciones o comentarios a esas comunidades.
Me entristece la falta de raciocinio, de ecuanimidad y me ofende cuando ésta es por relajación mental y tiene forma de “ya no puedo más”, porque me dice que la intolerancia ha estado ahí latente, hasta que ha encontrado una grieta en forma de “razón” para salir con toda su fuerza.
No puedo con esas generalizaciones, lo mismo que no podía cuando se tachaba a todos los vascos como etarras. No puedo compartir el miedo. El miedo me ha de servir como acicate para superarme, no para encerrarme.
Hay responsables de la violencia y se llaman violentos. Hay quienes no respetan la vida y se llaman asesinos. Dicen hacerlo en nombre de un dios o de una injusticia y con eso, aparte de decidir sobre la vida y la muerte de otros, meten a aquellos que ejercen su derecho a creer en lo que quieran en el mismo saco.
Sería muy cómodo que llevaran una etiqueta tipo “soy un violento, cuidado conmigo” o, como pretenden algunos “soy musulmán, cuidado conmigo”. Pero no, no es así. De modo que, por favor, ruego a aquellos que han decidido que las películas de “buenos y malos” son una buena medida de la sociedad en la que vivimos, que se abstengan de tirarme su cubo de basura. Guárdeselo, Por Dios o por favor y no añada más dolor y mas ignorancia al que ya tenemos.
¡Ya es suficiente!
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