Llegan mis dedos a rozar el infinito
adornado con paneles de tiempo perdido.
Mientras pasea la mirada en ese vacío
que no encuentra compañera de camino.
Se rompen los moldes
para que las formas
ganen inconsistencia,
pierdan rigidez
y ganen la libertad
que dan las palabras.
Ya no vale ponerle
cortinas de humo al atardecer
sino despejar horizontes perdidos
que pinten de rojo la esperanza
de cada amanecer.
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