Cuánta mísera incertidumbre
me estalló en la cara.
Cuánto tiempo la tapé
con las manos.
Voluntariamente ciego,
regogiendo los recuerdos,
como telas y retales.
Sin vivir,
sin sentir,
sordo a la vida
que me llamaba gritando.
Hoy ya corre la noche,
impregnada de gotas de alba.
Hoy se diluyen en las nubes
trocitos de mi alma.
Las veo y me parecen montañas
de cumbres divinas
a las que llego volando
con manojos de fantasía
entrelazados a mis manos.
Atravesando barrotes de utopías,
siguiendo aquellos horizontes,
sinceros, limpios y claros.
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