Ella le dijo, «hombre feliz, hombre muerto»
y esas palabras retumbaban en su mente
cuando lucía el sol y todo parecía perfecto.
Al caminar, le explicaba al viento
«cuántas palabras se me acumulan entre la duda y el miedo.
Cuantas cosas quedan por decir
al pasar el tiempo,
como esas ramitas, las hojas y el barro,
que se agolpan a la entrada de la alcantarilla,
con la lluvia de principios de invierno.»
Palabras, pasiones, amores y ruegos.
Todo, todo, queda para un mejor momento,
cuando te aprisiona la falta de valor
para realizar el intento,
y te sigues diciendo a ti mismo
que solo estás esperando el momento.
Ella le dijo «hombre feliz, hombre muerto»
y su voz se abría paso entre la niebla
de aquellos días, de aquel invierno,
en que todo era perfecto.
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