La Nochevieja I de III

«Aquella noche hacían cola los sueños, queriendo ser soñados».

Eduardo Galeano

Aquella noche era especial, ella lo sabía, y de nada servía engañarse. Ella sabía que irían pasando las horas y, aunque estaba preparada, las imágenes aparecerían, una tras otra, en un flashback continuo que se iba a ir alternando con la realidad de la presente Nochevieja.

Maquillaría su bello rostro. Acondicionaría su cabello ondulando el dorado en volutas de luz. Pintaría su mirada de alegres tonos de pastel y rosa. Le daría un tono rojo intenso a sus labios para dibujar un toque seductor a su sonrisa.

Este vestido escogido con días de anticipación, aquel sujetador, un escote generoso, medias nuevas, abrigo largo, zapatos rojos de alto tacón.

Todos los detalles bajo control para poder dejarse llevar por su corazón y desmelenarse antes de que rompiera el nuevo día.

En una noche como aquella, cenaría con su querida familia, sus hijos, padres y hermanos. Ellos eran su gran amor, su norte cuando se perdía, cuando se dejaba llevar por la tempestad que azotaba sin previo aviso su interior, hasta hacerle perder la noción de lo que está bien o mal, hasta dejarse llevar, sin jamás pensar, por su corazón.

Cuando, repentinamente, aparecería aquella mirada, aquella profundidad que la invitaba sin remedio a perderse en los ojos de su amante. De repente el color, el azul … como el del mar, el marrón con aromas de café, el verde de la hierba fresca. Todos mezclados, de cada uno de ellos, de cada una de las miradas de sus amados amantes. El flashback no avisaba, aparecía. La miraban sin reparo ni pudor, desnudándola de todo aquello que ella sabía superfluo y banal. Despojándola de artificios y haciéndola sentir mujer, sensual, viva y real.

«Este lápiz de ojos ya no tenía punta» pensaba, sacudiendo la cabeza, para volver al presente.

Y aun sentía aquella mano acariciando la suya, entrelazando los dedos. Una vez más cerraba los ojos para sentir aquella piel y contemplar aquel rostro, el de quien siempre estuvo a su lado, el que ella sabía que nunca la hubiera abandonado… a no ser por…

«¡Qué tarde es ya!» se dijo.

Poco después saldrían hacia la cena de nochevieja, ella conducía mientras sus hijos se perdían en sus redes sociales… y, en el camino, ella recordaría a aquél que ya no estaba, a aquél que nunca se fue del todo, a aquél que la habría acompañado, como aquella Nochevieja, hoy y siempre, … Su rostro sonriente se le aparecería, luego, entre las risas de la fiesta, junto a ella, en el asiento vacío de ese acompañante que tampoco estaba con ella este año; entre las uvas y la música… y, al final, tras la fiesta ya, ella volvería a perderse en la noche para apartar esas imágenes y encontrar la suficiente oscuridad para ocultar su mirada y el recuerdo que se agrandaba y que daba cabida a un vacío que ganaría la partida una noche más.

De alguna manera, mientras conducía al amanecer volviendo a casa, mientras las notas de Every time we say goodbye, I die a little se desparramaban desde la radio de su coche mientras volvía a casa, ella sabía que aquellos ojos, los de color café, le decían que acabarían encontrando un camino, juntos, de vuelta a casa.

 

Red

Red shoes

 

 

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2 respuestas a La Nochevieja I de III

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