(Ficción de hace unos meses. Recupero este fragmento de un cuento corto)
El sol arde al borde de la playa mientras la negra roca por la que se aleja, le abrasa las plantas de los pies. Esas zapatillas tan ligeras no consiguen aislarle del fuego de primera hora de la tarde que se desprende desde la piedra. A esa hora en que la luz ciega las ambiciones y el calor derrite las voluntades.
Ayer, mientras trabajaba en su rutina de cada día, su mente aprovechó para dar vueltas a aquellos días y noches, a las ausencias, a las miradas, a las caricias. Recordaba, con una sonrisa cándida, las payasadas en la playa, su risa relajada, la felicidad de aquel momento junto al mar. Se agolpaban, una tras otra, las risas, las caricias, las miradas, los sueños compartidos, las melodías, las emociones, los recuerdos, el olor de su esencia, aquella brisa salada…
Antes no era capaz de imaginar un día completamente feliz y, ahora, tenía una colección de ellos. Días en casa, días de viaje, días solos, días acompañados, días llenos de vida. Corazones henchidos de un amor de ley.
Las noches no eran excepción. Las llenaban de luz, de diversión, de conversaciones, de risas, de confidencias, de deseo y de emoción.
Mucho antes, ni siquiera había madrugada y los soles del día a día, solo los veían de pasada. Al salir de trabajar, al terminar la jornada.
Era una fuente sin fin pero ayer ocurrió lo inesperado. Se quebró el cristal. Se hicieron añicos las nubes y el cielo oscureció hasta el negro como una noche de luna nueva.
De nada sirvieron las discusiones ni los desvelos, de nada pintar la noche de deseos. De nada sirve cambiar el marco si el cuadro permanece entero. Ya no cambia el pasado. Ha de aceptar el presente tal cual. Sin adornos, sin sueños ya. Vacío. Sin ni siquiera duelo.
Al llegar al acceso a la cala, el olor del mar le recuerda todo aquello. Una cascada de imágenes cruza su mente. Siempre juntos, ellos dos y el mar.
Hace años que no aparece por allí. No sabe cómo estará, pero se da cuenta de que estará muy distinta a como él la ha sentido siempre, porque Cadaqués ya no es lo que él recordaba, aunque sus recuerdos pasean despreocupados por esas calles, llenándolo todo, haciendo palpitar su vida ante él. Junto al mar, siempre.
A estas horas de la tarde ni un alma. Tal como él desea.
Baja por la ladera hacia la arena de esa cala, hacia aquel mar que casi le vio nacer.
Cuando el sol se esconde tras la montaña, el amor late desbocado en su pecho.
Al rato, el mar disuelve lentamente el rojo que se desprende con el resto de colores del atardecer. Poco a poco se adormece, antes de que la oscuridad todo le engulla y le haga desaparecer.
Al caer el día, le habla a la noche, medio sumergido en el agua, envuelto en el sopor, diluido en eso que siente, agarrado al amor que no quiere perder. Le cuenta que solo así nunca lo dejará de sentir.
Jamás llamaría error a alguien que le hizo feliz.
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