Magia

“Mágico” es, simplemente, otra palabra para definir el alma.
Carl Jung

¿Cómo escapar del laberinto que llevas dentro?

¿Cómo encontrar de nuevo tu camino cuando lo perdiste todo, creyendo que era el sendero correcto?

¿Cómo retomar desde el pasado, si se interrumpió de repente, si se terminó sin tiempo, destrozando tu más bello sueño, si ya todo quedó mudo y muerto, porque alguien tenía que dar sentido a sus emociones, a otros sentimientos?

¿Cuándo volverá a tener sentido este presente que sigue su curso impasible, ignorando el ayer, comiéndose minuto a minuto el recuerdo que baila al borde del acantilado, entre el ayer y el mañana, en este presente?

Yo no tengo respuestas a estas preguntas. Las he sentido martilleando en mi cabeza, varias veces en mi vida, hace mucho tiempo, y lo único que pude hacer entonces, fue aplicar lo que hace años me dijo una amiga, desesperada al verme padecer. Me dijo: “¡Haz magia José Luis! ¡Haz magia!

Me quedé perplejo. No entendía cómo yo, hundido en la miseria de la inseguridad, del abandono, de la tristeza, del desamor o de la desesperación de aquellos momentos, podría hacer esa magia que me decía. Le di vueltas durante días, buscando formas, imaginando trucos, sacando conejos de chisteras inexistentes, barajando cartas trucadas. No conseguí cambiar nada. Seguía sumergido en el tormento, con el agua al cuello, acostumbrándome a una asquerosa situación, perpetuando esa angustia, ese momento.

Mi entorno seguía siendo igual de gris y espantosamente solitario.

Y la seguía escuchando decirme: “¡Haz magia José Luis! ¡Haz magia!”

Viajé. Recuerdo que viajé mucho. Distraje mi mente. Me desplacé lejos, rápidamente. También paseé, lentamente, observando el paisaje. Vi el bosque, me alejé de los árboles. Recordé mi pasado, mi niñez, mis éxitos y mis fracasos. Sonreí al recordar a mi gente, buscando dónde o a quién le habría prestado aquella varita mágica que, en otros tiempos, me hacía sonreír y con la que conseguía cambiar, en segundos, el mal tiempo. Fracasé. No conseguí dar ni con ella ni con la magia.

Al final, me di cuenta de que, cuantas mas vueltas daba la rueda, más lejos me encontraba del origen, del inicio del camino. Y decidí volver. Volver al principio. Buscar el extremo opuesto del ovillo. No tardé mucho en comprender que estaba dentro, era simple. Estaba dentro de mi. Lo tenía dentro, enredado, atado, hecho una maraña de recuerdos, confundiendo los principios con los finales, lo que era y lo que quería que fuera, sin saber distinguir entre lo verdadero y lo que deseaba que lo fuera. Había que limpiar y volver a ordenar todo ese enorme y viejo entuerto. Desechar viejas creencias, principios “sólidos” jamás probados. Tenía que abandonar el control de mi vida en ese claustro. Debía abrir las ventanas, quitar las puertas, dejar que la brisa o el viento, corrieran por dentro. Ventilar mi casa, airearme alma, liberarla de sapos, piedras y restos podridos de mis recuerdos. Limpié y limpié, me deshice de casi todo, menos de todo aquello que me recordaba que una vez fui feliz y que merecía volver a serlo.

y, como el que poda árboles, al cabo de un tiempo, cuando me quise dar cuenta, un débil halo de luz, empezaba a brillar alrededor de todo lo que tocaba. Mi mundo cobraba un sentido nuevo. Era como si hubiera limpiado los cristales de mis gafas. Me sentía nuevo.

Así comprendí eso que dicen: Quien tiene magia, no necesita trucos. Porque me di cuenta de que el único truco es que tenga alma.

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Una respuesta a Magia

  1. Amparo dijo:

    «Bienaventurados los límpios de corazón, porque ellos verán a Dios» Mt. 5,8

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