Al final,
lo que recordamos
no es el color de los ojos
sino la mirada.
Ni la comodidad,
sino con quién la sentimos.
No importa la pieza de abrigo
sino el abrazo que nos quita el frío,
ese frío que, a veces, nos congela el alma,
ese abrazo que cura la herida,
y que derrite hasta el olvido.
Ni siquiera importa la boca,
sino la sonrisa que en ella brota
esa curva que amamos,
que nos da motivos
para que el corazón salte,
sienta y galope,
palpite con ganas
y alimente el alma.
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