Empezaba a entender la situación,
o eso me parecía.
Creía creer que eso era todo,
que ya nada más florecía.
Que tampoco era yo
lo que ella quería,
ni mi caricia
lo que su piel a gritos pedía.
No era amor
probar sorbos de cielo,
ni beberse la luna de un trago,
o acariciar estrellas con las manos.
Eso no era amor.
Siempre buscaba.
No era suficiente.
Como ese sentimiento
al llegar a la cima.
Quería más montaña.
Más pendiente.
Sin dejar de escalar.
Parecía decirse:
“Si es posible,
ya no es amor de valientes”.
Para ella,
solo lo imposible
era amor suficiente.
Aquel día,
ella no dijo nada.
Aquél día,
él lo entendió todo.
(Octubre 2016)