Me encontré parado, sentado en el suelo polvoriento, sin opciones ni ganas de moverme de donde estaba.
Respiraba agitadamente, recomponiéndome por dentro, intentando entender dónde estaba y hacia dónde quería ir.
Había olvidado ya la caída.
Había tomado tanta carrerilla que, en este momento, apenas entendía nada.
Solo recordaba que había sido fantástico, que me había emocionado como nunca antes, que había sentido la vida recorrer mi cuerpo de parte a parte y que, desde hoy, nada iba a ser igual.
Recogí del suelo lo que me quedaba; unas llaves, una pequeña caja de metal, un mechón de cabello rubio como el oro que coloqué entre las páginas de un pequeño libro de tapas azules que yo estaba seguro que lo explicaba todo. Lo metí en el petate y seguí caminando, mire al frente y no me separé del borde de la carretera.
Levante el pulgar de la mano izquierda, alce la mano y empecé a caminar. De nuevo, hacia ninguna lugar.
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