Se rompe el silencio
y en el monótono traqueteo del vagón,
grita fuerte el ave
eso que algunos llaman “canto”.
Se cuela en nuestros oídos,
reclamando,
Con desespero,
libertad.
Él tiene prisionera su vida
bajo un trapo de flores
y una minúscula jaula.
Ni siquiera se plantea
que ese ser ha nacido para libre,
para volar.
Los rayos de sol
le provocan tal alegría
a través de la tela
que es incapaz de dejar de cantar.
El aire fresco le recuerda
la libertad
que es su hogar
y el tuyo también.
Deja que vuele.
Déjalo ser.
Déjalo en libertad.
Escribí este relato corto un día de hace casi un año, cuando viajaba en el metro de Barcelona. Un hombre sentado llevaba dos jaulas pequeñas, cubiertas con tela. Los ruidos habituales del vagón quedaban completamente anulados por un canto brillante, penetrante y precioso. No pude evitar imaginar cómo se sentía aquel pequeño ser vivo, bajo la tela, deleitando con sus gritos, lo que todos interpretábamos como maravillosos cánticos, pidiendo volar y ser libre.
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