Dejé de culparte.
Tú no tenías culpa.
Fue una mañana de sol,
mientras caminaba
conmigo de la mano,
por la orilla.
Había soltado la tuya.
Ya no había rencor,
solo la nostalgia
que me servía de abrigo.
Pronto me volví a cubrir de primavera,
me abrigué,
con mi mejor sonrisa
… y amé.
Amé intensamente.
Otra vez.
Aunque en esta ocasión,
fue a mi mismo.
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