Se cruzaron dos estelas en el celeste de este cielo de otoño. La tuya y la mía. Se reencontraron dos caminos. Te noté cambiada, distinta.
Tú, en un rincón del infinito vacío. Desterrada injusta e inexplicablemente al olvido, lejos, demasiado lejos. Condenada a la soledad, al eco de tu propia voz que se escuchaba ahora como un hilo débil y lejano. Luchando sola. Dejando atrás ilusiones, versos, amigos y la más hermosa inspiración de un generoso corazón que, tiempo atrás, hilvanaba y compartía con todos, día a día, versos, rimas, prosas y letras con hebras de su alma, llena de luz.
Leí hace algunos años, un escrito de la periodista Oriana Falaci que me conmocionó. Era una nota en unos de sus libros (perdonad pero no recuerdo cuál), que escribió sobre un gorrión malherido que murió entre sus manos al chocar contra uno de los ventanales de su casa. Su cuerpecito descansaba inerte entre sus manos. Él estaba perfectamente preparado para vivir libre pero acabó muriendo en aquella trampa de cristal.
A veces pienso que estamos perfectamente preparados para sentir, para amar, para ser felices en este mundo al que venimos a parar. Pero a nuestro alrededor hay más de una trampa invisible de cristal, en la que caemos, como el gorrión contra aquel ventanal.
Mi querida amiga Ita, de la que hoy os comparto este poema, podría ser, perfectamente, ese gorrión. Pero, pensándolo bien, también podrías ser tú o yo.
~No podía respirar,
me hundía,
me ahogaba.
Mi efímera existencia acababa
y el amor que creí sentir tan solo se disolvía en mis esperanzas vagas,
mis esperanzas huérfanas,
mis esperanzas abandonadas.
El dolor me desgarraba por dentro,
movía mis brazos con desesperación, nadie me oía,
mis gritos se perdían en la profundidad del vasto mar.
Nadie me veía.
Nadie me oía.
No había nadie.
Mi cuerpo cansado de mantenerse a flote
comenzó a tocar violines en luto.
Y mi azul se convirtió en gris.
Dando paso a mi infinita agonía.
Nadie me veía.
Nadie me oía.
No había nadie.
Sólo yo. Sólo yo.
En completa oscuridad, vi Su luz era algo
indescriptible.
Me sonreía, me envolvía Su amor, me rescataba.
Yo una simple mujer, en Su presencia sentí que todas mis partes rotas se juntaban otra vez, otra vez.
Lloré en Sus brazos como una niña que ha sido encontrada, después de mucho tiempo…Él me abrazo más fuerte y me dijo…»Nunca te he dejado»
Debe estar conectado para enviar un comentario.