Sonríe como si hubiera aterrizado desde otro mundo y le mira a los ojos en silencio como disculpándose y preguntándole algo.

«Ja!» dice con la rspiración alterada… es el final de una conversación que había empezado al otro lado de la puerta, con otras personas que ahora la esperan … Y, mientras, él sin salir de su asombro aun. Aunque siempre le ha costado reaccionar, en esta ocasión se enfrenta a una mezcla de sorpresa e incredulidad que no le permiten acabar de comprender la situación y reaccionar.

Él sabe que ella no lo puede evitar, la conoce y no se le ocurrirá preguntarle por qué necesita sentirse así de libre.

Él es como una fuente de luz que la desea y la abraza con su infinita mirada y ella ni puede ni quiere dejarle de contemplar. Se quedan quietos. Así, en silencio, casi sin parpadear para no romper el momento, sin saber su nombre ni nada de él. ¿Para qué? Sin entender que él también se asoma al infinito a través de esos ojos negros que le miran, que se le han clavado sin permiso ahí dentro, en un lugar al que nadie llega y que ahora lo ilumina todo con su luz.

De repente, esos dos mundos que la lógica de la vida nos dice que no deberían ni haberse encontrado ni haberse visto nunca, se detienen. De repente, se remueven cielo y tierra y desde el silencio de ese momento, se atropellan en sus labios dos frases aplastantemente lógicas que parecen surgidas de la nada, como si no fuera él quien las pronunciara «¿Dónde estabas? Te estaba esperando.»